El ocaso del periodismo de opinión
El autor
analiza los comienzos, los principales hitos y el estado actual de este
relevante género periodístico en el ámbito internacional.
FELIPE SAHAGÚN*
Para los formados
en El periodista universal –el manual de periodismo de David Randall,
presentado como “el mejor” en su edición española de Siglo XXI (1999)–, si
desaparecieran de repente las secciones de opinión y los columnistas de los
periódicos, no se perdería gran cosa.
“La lista de
editoriales de prensa que sobrevivieron al número en que se publicaron no es
larga”, escribía el exsubdirector del Observer y columnista del Independent.
“Es muy difícil encontrar un solo caso en que los comentarios de un periódico
hayan llegado a cambiar el mundo. El único que suele citarse, el famoso
artículo de Émile Zola, ‘J’Accuse’, sobre el caso Dreyfus, publicado en el
diario francés L’Aurore en enero de 1898, era en realidad una carta abierta al
Gobierno y no un editorial (y solo tuvo un efecto limitado)”.
El otro caso fue
producto de un error. Cuando, en abril de 1888, falleció Ludwig Nobel, el
hermano mayor del inventor de la dinamita, un importante periódico francés leyó
mal el comunicado y publicó la necrológica de Alfred. Pensando que el mundo
le recordaría como “el mercader de la muerte”, se sintió tan mal que cambió su
testamento para dedicar su fortuna, cuando muriese de verdad, al Premio Nobel
de la Paz, la Literatura y las Ciencias.
Con los
columnistas no era más generoso: “Poseo docenas de libros que son
recopilaciones de columnas escritas por los grandes nombres del oficio. En el
caso de la mayoría de estos trabajos, el paso del tiempo los convierte en
absolutamente irrelevantes o desconcertadamente impenetrables”.
La generalización
indiscriminada de Randall está a años luz del periodismo de opinión que ha
defendido, alumbrado y oxigenado en los momentos más difíciles a las
democracias, identificando a los emisores, vigilando a los poderosos y
explicando los entresijos de los hechos más relevantes. Desgraciadamente, es
otro género periodístico en peligro de extinción.
El 5 de agosto de
2019, el grupo estadounidense Gate House Media compraba la empresa propietaria
de USA Today, Gannett Co., por 1.400 millones de dólares. Con esta adquisición
se convertía en la empresa de periódicos más fuerte de los EE. UU., con unos
260 diarios y más de 300 semanarios, y tiradas impresas de cerca de nueve
millones de ejemplares, casi igual a las de todos los periódicos impresos
españoles en 2019.
En pocos meses,
su director ejecutivo, Mike Reed, se comprometía a recortar gastos por unos 300
millones de dólares y se jactaba de haber reducido las plantillas de 24.000 a
menos de 20.000 personas. ¿Cómo? El pasado 12 de mayo, Joshua Benton daba la
respuesta en el Nieman Lab: “The Providence Journal (con diferencia, el
periódico más importante de Rhode Island, una de las joyas del grupo)
desmantela su sección de opinión. Dejará de publicar editoriales”.
Adiós a la
sección estrella, con once redactores desde que se hizo cargo de ella, hace 20
años, Edward Achorn, exfinalista del Pulitzer en su etapa anterior en
Commentary.
“No ha sido
fácil”, confesaba el director del periódico, Alan Rosenberg. “Tras la prensa
partisana del siglo XIX, la mayor parte de los periódicos abandonaron su
identificación con los partidos políticos en sus páginas de información, pero
mantuvieron la idea de que debían defender, en sus editoriales (y en otros
subgéneros de opinión, como el artículo firmado), los mejores intereses de su
comunidad y de su país”.
“Con ello,
inconscientemente, enturbiaron la idea de los lectores sobre la misión esencial
del periódico: informar con imparcialidad de las noticias…, en los que no caben
las opiniones de los reporteros”, añadía.
“Cuando el
periódico emite opiniones sobre los mismos temas de los que informa, genera
inevitablemente confusión y los lectores se preguntan: ¿pueden los redactores
hacer su trabajo sin intentar reflejar las posiciones de sus empresas?, ¿pueden
mostrarse escépticos hacia un político a quien ha respaldado su periódico o ver
con buen ojo al candidato que el periódico ha rechazado?”.
“La respuesta es
un tajante sí, pero mi correo, desde que dirijo este periódico, indica que
muchos están en desacuerdo, y el actual ambiente de hiperpartidismo lo
complica. Quienes se oponen a un político o candidato se enfurecen cuando un
editorial habla bien de él y quienes lo apoyan no admiten que se le haga la
menor crítica. Y esto nada tiene que ver con el trabajo de nuestros
reporteros”.
Aplicando ese
criterio, por miedo a perder ingresos, muchos periódicos locales han decidido
no apoyar a ningún candidato en 2020, disfrazando de neutralidad mal entendida
su miedo a perder lectores y, con ellos, la publicidad de la que viven.
Como formadores
de opinión, para la gran mayoría de los estadounidenses, las cuatro o cinco
cabeceras de resonancia, influencia y calidad, como el New York Times, el
Washington Post, el Boston Globe, Los Angeles Times y el Wall Street Journal,
que los internacionalistas seguimos de cerca, han dejado de ser representativos
y se están convirtiendo en poderosos oasis dorados en medio de un creciente
desierto.
Solo así se
entiende la victoria de un personaje como Donald Trump en 2016 y que, aunque a
mediados de mayo las encuestas le daban entre ocho y diez puntos menos que a
Joe Biden, aún cuente con más de un 40% de aprobación, a pesar de su
disparatada respuesta a la pandemia.
El periodismo de
opinión es una de las principales víctimas de la polarización, del negocio, de
la gran geopolítica (tras Gannett está el grupo financiero New Media
Investment, gestionado por el grupo Fortress Investment, que, a su vez,
pertenece hoy al gigante tecnológico japonés Soft Bank) y, como resultado
final, de los recortes drásticos que está sufriendo desde hace años la prensa
estadounidense.
Según un estudio
de la Universidad de Carolina del Norte, en los EE. UU., con unos 330 millones
de habitantes, han cerrado unos 1.800 periódicos locales desde 2004 y las
redacciones, según Pew Research, han perdido la cuarta parte de su personal
entre 2008 y 2018. Si, en vez de las redacciones, miramos a toda la estructura
de las empresas periodísticas, los empleos perdidos desde 1998, según el
departamento de Trabajo (Labor), son casi 300.000.
En España, con 47
millones de habitantes, según los datos de la Asociación de la Prensa de Madrid
(APM), entre 2008 y 2015 perdieron sus empleos 12.200 profesionales de todos
los medios (prensa, radio, televisión y digitales), y desaparecieron 375
empresas.
El segundo grupo
más importante de la prensa local de los EE. UU., McClatchy, dueño de 30
diarios, entre ellos el Miami Herald, solicitó la declaración de bancarrota en
febrero, poniendo en peligro muchos más. Y desde marzo, el tsunami del
coronavirus amenaza la supervivencia, por el desplome de la publicidad, de
periódicos grandes, medianos y pequeños a ambos lados del Atlántico.
El
desmantelamiento del consejo editorial del diario español El Mundo a finales de
febrero, aunque sea una anécdota en el vendaval que nos azota[8], puede ser una
señal de que la opinión tampoco en España es la sección prioritaria para los
medios en momentos tan críticos para un sector que aún no había remontado la
doble embestida de la revolución digital y de la crisis que comenzó en 2008.
Tanto en Europa
como en los EE. UU., la prensa nació como plataforma de unos u otros partidos
en las limitadas democracias burguesas del siglo XIX. El primer New York Post
lo puso en marcha Alexander Hamilton en 1801 para atraer votos y dinero hacia
su Partido Federalista, el primer partido de los EE. UU., una coalición de
banqueros y empresarios, y para atacar sin piedad a su enemigo irreconciliable,
Thomas Jefferson.
En la cuarta
década del XIX, un joven estudiante de Medicina, Benjamin Day, llegó a la
conclusión de que, a precios muy bajos, financiándose con publicidad comercial
en vez de con dinero de los partidos políticos, se venderían muchos más ejemplares
y empezarían a leerlos las masas no afiliadas a los partidos.
Así nace el New
York Sun –the first penny newspaper [el primer periódico a un centavo]–, cuyo
éxito impulsa el periodismo no partidista que, imitado con mejor o peor fortuna
dentro y fuera de EE. UU., se ha convertido en el modelo de referencia en las
principales democracias. Horace Greeley funda en 1841 el New York Tribune,
pionero de la separación entre opinión e información, reservando a la opinión
sección propia.
Las columnas,
tribunas y análisis firmados –apoyo, enriquecimiento y contraste de los
editoriales– se generalizan en las secciones de opinión y, con el tiempo, en el
resto de los periódicos desde comienzos del siglo XX; y a sus autores (desde
Franklin Adams en el New York Tribune en los años 20 hasta James Reston en el
New York Times en los 60 y 70) los leían, mediante acuerdos de sindicación o
cesión de derechos, 50 millones de personas en miles de periódicos de todo el
mundo no comunista.
En mis inicios en
el Informaciones de Madrid, al final del franquismo, viví de cerca el acuerdo
que, en nombre del diario, firmaron con el Times de Londres y Le Monde de París
Pedro Crespo de Lara y Félix Pacho Reyero. El inglés me ayudó a entrar, con 20
años, en aquel Informaciones para traducir cada día los artículos que nuestro
jefe de Internacional, Juan María San Miguel Querejeta, seleccionaba del Times.
Me estrené con una serie titulada “The Watergate Tapes [“Las cintas del
Watergate”]”. Fue mi mejor entrenamiento para la información internacional:
traducir cada día los mejores artículos de opinión del Times para los lectores
españoles.
A San Miguel le
encantaba la sobriedad, el rigor, la riqueza de datos, el trabajo de
investigación y el estilo contenido de los columnistas del periodismo
anglosajón, frente a la verborrea, literatura (buena, mala o regular, según los
días), barroquismo, parroquialismo y desconexión con la actualidad que llenó
durante mucho tiempo las páginas de opinión de la prensa española.
Afortunadamente,
muchos de aquellos vicios se fueron corrigiendo a medida que se consolidó la
democracia. Otros, como la politización de la prensa o la confusión entre
noticias y opiniones, lejos de superarse, se cronificaron.
Algunos de
aquellos acuerdos con los principales periódicos de referencia mundial, que
tanto enriquecieron la opinión internacional en la prensa española, se los
llevaron a El País, a partir de mayo de 1976, los fundadores del primer gran
diario de la democracia española: Juan Luis Cebrián, hasta entonces subdirector
del Informaciones, y muchos de los mejores profesionales que tenía el periódico
en San Roque, 7.
Como joven
corresponsal en los EE. UU., en 1977, visité el Washington Post para negociar
la adquisición de los derechos a publicar en España los mejores artículos del
diario que acababa de tumbar al presidente Richard Nixon por el escándalo del
Watergate.
Yo tenía 24 años
y siempre he pensado que respondí mal, con inocencia angelical, al
interrogatorio que me hicieron sobre redactores, corresponsales, salarios,
tirada… del periódico español en que me formé. Debieron creer que éramos el
Post en España y pidieron unos 2.500 dólares al mes, más de lo que Reuters
cobraba entonces a RTVE por su servicio mundial para todas las delegaciones de
la cadena. Para un periódico que, tan solo dos años después, lo cerraba
Sebastián Auger sin dinero para pagar ni la luz era un precio inasumible
En 2015, poco
antes de dejar el puesto de defensora del lector en el New York Times por la
crítica de medios en el Washington Post, Margaret Sullivan denunciaba la
creciente confusión, incluso en la prensa de más prestigio, entre noticias y
opiniones. “Cuando se recurre a la primera persona, se opina y se defienden
unas u otras causas en las páginas de información, se está cruzando una
importante línea”, advertía el jefe de opinión del Times, Andrew Rosenthal.
En plena
catástrofe del coronavirus, perdidos en la vorágine de las redes y de los
blogs, donde tantos ignoran sistemáticamente las raíces y las líneas rojas del
mejor periodismo, y los mejores expertos de think tanks [laboratorio de ideas]
compiten a diario con los columnistas de siempre, las palabras de Rosenthal
tienen más sentido que nunca.
(*) Felipe
Sahagún es periodista y profesor titular de Relaciones Internacionales en la
Universidad Complutense de Madrid.
Comentarios
Publicar un comentario