La espada en el celular
Dedicado a Marcela Ortega Sáez.
Estaba con el agua hasta las rodillas. Estaba en medio de un pequeño lago. Hacía mucho frío y la noche comenzaba a desvanecerse. Esperaba a la Dama del Lago. Una bruja poderosa que tenía en su poder a Excalibur, la espada mágica. Según dice la leyenda el mago Merlín le pidió dicha espada para su pupilo y ella se la entregó.
En mis sendas investigaciones era mi intención conversar con la bruja. No miento mi intención era entrevistarla. El mundo mágico podría convertirse en real y la leyenda podría tomar cuerpo. Si estaba en mitad de la noche con la esperanza de lograr entrar a la magia y confirmar la leyenda.
Pasaron los minutos y poco a poco la luz de un nuevo día se hacía cada vez más llana y presencial. Yo seguía esperando. Recordaba los brujos a los cuales había contactado para llegar a este lugar. Tal vez era un iluso y aquellos que me dieron la información deberían estar riendo a carcajadas de mi ingenuidad, esperando que un resfrió de proporciones me embargara de cuerpo entero. Claro, con los pies en el agua y de madrugada era una amplis posibilidad de ser realidad.
Llegaba a esta húmeda cita solo con la habilidad de creer e investigar. Recordaba que hay algunas espadas que han pasado a la Historia con nombre propio. Caso de las dos del Cid (Tizona y Colada), la Joyeuse de Carlomagno, la Durendal de Roldán o la Zulfiqar de Alí (el yerno de Mahoma), entre otras. Pero si hay una conocida universalmente y lo sabía con certeza era Excalibur, el arma que convirtió en rey de Inglaterra a Arturo Pendragón al sacarla de la roca en que estaba incrustada y que, sin embargo, resulta también la menos histórica de todas. Pero, insistía en creer que era verdad.
Había investigado las fuentes históricas y ellas no aclaraban mucho. Las principales son De Excidio et Conquestu Britanniae (Sobre la ruina y conquista de Britania), una especie de sermón crítico escrito por un religioso llamado Gildas.
La Historia Brittonum (Historia de los britanos), anónima aunque algunos la atribuyen al monje galés Nennio; y la Historia Regum Britanniae (Historia de los reyes de Bretaña), cuyo autor también fue un clérigo, Godofredo de Monmouth.
Las tres hablan de Arturo como un personaje real, si bien hay que tener en cuenta que, salvo De Excidio, son varios cientos de años posteriores y, conformes a su época, tienen un estilo que combina lo verdadero con lo fantástico.
Y en mis investigaciones había llegado a la mención específica a una Excalibur liberada por el futuro rey que aparece por primera vez en el relato Merlín, del poeta francés Robert de Borón, que vivió a caballo entre los siglos XII y XIII.
Él fue quien dio al mito de Arturo una dimensión cristiana al relacionarlo con el Santo Grial, si bien en su versión el protagonista no la sacaba de una roca sino de un yunque.
Seguían pasando los minutos y el día acechaba con fuerzas. De pronto, casi imperceptible y por una especie de letanía del ambiente y de los sonidos del bosque cercano escuché el sonido del agua. Si era casi imperceptible, pero estaba en presencia de un ruido lejano, que parecía ser de alguien que camina en medio de las aguas del lago donde esperaba con tantas ansías. Mi respiración se agitó. A lo lejos divisé una figura blanca muy blanca, pero con los claro oscuros del día amaneciendo se mostraban en tonos grises.
Me quedó frío y expectante. ¿Sería la Dama del Lago? ¿Estaba alucinando? ¿Mis investigaciones me estaban volviendo loco y veía lo que mi mente deseaba ver?
Pasaron segundos que asemejaron horas y la vi. Si túnica blanca y alta… muy alta. A mi parecer casi de dos metros. No podía ver con claridad su cara. ¿Cómo me comunico con ella? ¿Con señales? Así lo hice. Levanté mi brazo y lo moví saludando. Luego, hice lo propio con el otro brazo. Era mi deseo que viera que estaba absolutamente desarmado. La alta figura no se inmutó, pero a unos diez metros de mi posición se detuvo. Yo con los pies morados por el frío traté de hacer lo mismo. No podía ver su cara. Su rostro era un misterio…
De pronto movió su brazo hacia la cintura y desde su cinto plateado de su estuche desenvainó una espada. Si estaba en presencia de la Dama del Lago y ella me mostraba Excalibur. Mi emoción no me dejaba pensar con claridad. ¿Qué hago para probar esta presencia? ¿Cómo consigo pruebas? Moví mi mano izquierda con calma hacia el bolsillo de mi pantalón buscando mi celular. Si una foto. Era todo lo que necesitaba. La alta figura seguía mostrando la espada.
La Dama del Lago ¿sería Nimue? Dato que encontré en los escritos del Ciclo Post – Vulgate o Roman du Graal en una vieja biblioteca de Gales del Sur, donde pude comprobar que Excalibur, como tantas otras armas mitológicas, no era normal sino mágica.
En eso seguía una vieja tradición altomedieval en la que encontré a Dyrnwyn, la espada de Rhydderch Hael (un monarca del reino británico septentrional de Alclud), que ardía si era usada por alguien indigno. O a Claíomh Solais, la Espada de Luz de la mitología irlandesa y donde el propio Arturo tenía una variada panoplia en la que se contaban la lanza Ron (abreviatura de Rhongomyniad), la daga Carnwennan, que podía invisibilizar a su usuario, y otras dos espadas: Clarent, que reseña el poema inglés Morte Arthure, y Seure, que el soberano confió a Lanzarote.
De a poco fui alzando el celular hasta hacer línea con la alta figura. Si no disparaba me iba a arrepentir toda la vida y si lo hacía debía someterme a las consecuencias. Tragué saliva y aire y apreté el botón… todo se fue a negro, perdí la conciencia y me mente e ideas me abandonaron con la rapidez del rayo.
Desperté varias horas después. Estaba fuera de las aguas. Un guardabosques me encontró flotando y me sacó del lago. Sentía mucho frío y mi bolso estaba extrañamente seco. Busqué mi teléfono. Aún estaba en mi mano izquierda. Nunca lo solté. Estaba eso si muy mojado. Debía hacerme de paciencia para secarlo y rescatar posiblemente la única foto que probaría la leyenda del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda.
Aquí estoy ahora esperando que mi celular sea reparado y aguantando los gritos de mi editor que no puede entender todo el dinero que gasté en “este viaje inútil” – según sus palabras – “detrás de un sueño imposible de verificar”. Mi única respuesta fue: “si la foto que tomé está buena nos mostrará una verdad más allá de la leyenda, que será portada en todos los diarios del mundo y de seguro tu la venderás muy cara a las editoriales”.
Si estoy a la espera… la foto dirá la verdad. Espero que Nimue no se enoje si la hago famosa. Lo confieso vivo una muy tensa espera, tal vez en el Monte Badon.
Por Freddy Torres Oviedo.
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