“Tarkus”, el fascinante armadillo sonoro de Emerson, Lake & Palmer cumplió 50 años



El genial álbum del trío británico que descolló a pura creatividad y potencia en la escena del rock progresivo internacional tiene intacta su vigencia. La articulación de imaginativos aires sinfónicos y un rock pesado de alta sutileza lo hace un disco único entre los de su tiempo.



Si durante la segunda mitad de los 60 y en la primera de los 70 hubo bandas de rock increíbles, entre las que destacaron aquellas con una predominante inclusión de teclados que produjeron un sonido que se dio en llamar “rock progresivo” –o “art rock”, según los especialistas, pero que no era otra cosa la que sonaba que un intenso basamento rockero desde una sagaz faceta colaborativa de las teclas–, una de las más relevantes fue Emerson, Lake & Palmer, un power trío donde las que serían las líneas de una primera guitarra se cifraban en una impactante gama sonora surgida de los dedos mágicos de Keith Emerson, un pianista y compositor que cargaba con mucha solidez y experiencia al fundar el grupo que llevaría el nombre de sus tres integrantes.

Emerson fue considerado uno de los mejores tecladistas de la prolífica etapa del rock progresivo, dueño de una técnica y de una capacidad compositiva inigualables –aunque mucho se ha hablado de su competencia con Rick Wakeman, de Yes, sus estilos distan de parecerse– que utilizó para llevar el rock a un perfecto e inusual ensamble con el universo sinfónico.

Casi todos los discos de la banda son de colección y bastaría nombrar Cuadros de una exposición, Brian Salad Surgery, Trilogy para entender por qué marcaron un alto nivel en la explosión del género en el mundo.

Emerson…grabó su primer material en 1970, un disco que tuvo como título presentación el nombre de la banda y la repercusión fue inmediata pese a que había un solo tema compuesto por ellos.

Su segundo disco, producido un año después, en 1971, sería el monumental Tarkus, un trabajo conceptual arrollador que pondría a la banda en el centro de la escena y le permitiría vender una friolera de vinilos alcanzando a los de Bob Dylan y Jimi Hendrix durante ese año.


Un precedente sonoro difícil de superar


En Tarkus queda en evidencia la ductilidad sinfónica de Emerson apoyada eficazmente, de una manera lúdica hasta límites insospechables, por el bajo de Greg Lake –también guitarrista y bajista de King Crimson– y el demoledor y perspicaz sonido de la batería de doble bombo de Carl Palmer, dejando sentado un precedente sonoro difícil de superar.

El magnífico Close to the Edge, de Yes, grabado un año después, es un disco que en sus cadencias mucho le debe a Tarkus aunque tenga su propio vuelo.

Pero Tarkus tiene carácter de joya, sobre todo por el modo en que lleva esa fusión de rock y elementos de la música clásica –que Emerson practicaba con fruición y Cuadros de una exposición, el disco que sigue a Tarkus lo prueba con un repertorio enteramente basado en la obra del ruso Modest Mussorgsky– y hace fluir a través de láminas rítmicas articuladas para alcanzar una suerte de desenfreno de melodías.


Hay una intención experimental volcada a producir climas y hasta en el uso del Hammond –Emerson tocó un antiguo órgano de la basílica de San Marcos en Venecia para este trabajo– o el Moog, queda claro que zapar –porque esa es la sensación que prima en ciertos pasajes de este disco– puede significar elevar el tema hacia cualquier altura sin abandonar la estructura ofrecida.

El mismo tema que le da nombre está planteado como una suite con siete partes y ocupaba toda la cara del vinilo original. Aquí Keith Emerson construye paredes sonoras de un tamaño descomunal para que bajo y batería también atronen sin prisa y sin pausa.

La voz de Greg Lake suena hechizante en su despliegue “celestialmente enfático”. Luego el disco tiene una serie de canciones breves, si se las compara con el bloque de “Tarkus”, que coquetean incluso con el rock & roll más clásico como en “Are You Ready, Eddy?”, una canción ligera pero tocada con tanta precisión que cualquier buena banda del género aplaudiría.


Suite conceptual y voluptuosa


“Limpia el campo de batalla y déjame ver / todo el beneficio de nuestra victoria / Hablas de libertad, caen niños hambrientos / ¿Eres sordo para oír el llamado del final de la temporada?”, dice la letra de uno de las secuencias-partes del tema “Tarkus”, que pertenecen a Lake y donde se mezclan varios elementos, comenzando por el bélico, presente en la tapa con la imagen de un armadillo blindado (como un tanque de guerra), creada por el dibujante William Neal, a quien en esa época se disputaban varias grandes bandas por su ocurrencia para captar el espíritu de las composiciones.

Lo existencial, la culpa, la religiosidad y la búsqueda del ser interior para paliar los efectos de las violencias y las guerras son temáticas explícitas en la lírica y los pasajes vocales les dan el desarrollo adecuado. “¿El amanecer ha visto tus ojos alguna vez? / ¿Te han hecho los días tan tonto? / Lo has notado, eres tú”, se canta en otro pasaje donde la guitarra de Lake revela tonos psicodélicos con maestría.

La idea de concepto del disco se torna evidente en esta voluptuosa suite, donde al final se retoma el apartado inicial para “cerrar” la estructura en un claro sentido neoclásico. Y a la vez tan ecléctico es el sonido de Tarkus que no faltan las pianolas de Emerson, distintivas de su lenguaje musical, animando temas como “Bitches Crystal” o los fraseos de fuga que luego vuelven al camino, todas inventivas de este enorme tecladista.


Un desafío al paso del tiempo


La influencia de Johann Sebastian Bach se dibuja claramente en “The Only Way (Hymn)”, en la que Lake conduce a espacios sagrados al tiempo que menciona al Holocausto y pide seguir creyendo en los humanos.

La imponente batería de Palmer tendrá su momento estelar en  “Infinite Space (Conclusion)”, sobre la que Emerson se recuesta con majestuosidad.

Por eso Tarkus, que cumple 50 años de su aparición en estos días, desafía con inocultable poderío el paso del tiempo y se constituye en uno de sus álbumes sin el cual la historia del rock sinfónico sería otra cosa.

En su factura cuentan el talento, la versatilidad y el despliegue rítmico portentoso de tres músicos en su mejor momento, que se redimensionan en cada nueva escucha.




Fuente: elciudadanoweb.com


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